José Antonio González Alcantud

Alcatraz como reclamo

12260167 2025-05-09
Alcatraz como reclamo

09 de mayo 2025 - 03:09

Cuentan en San Francisco que sus famosas nieblas impiden ver la bahía desde el océano. Hasta tal punto que el pirata Francis Drake pasaba por delante de ella con su flota y no se apercibía de su existencia… cuentan.

Alcatraz es una isla diminuta en el centro de la bahía de San Francisco a medio camino entre la ciudad, Sausalito –una suerte de balneario–, la universitaria Berkeley, la trabajadora Oakland y el célebre puente de todas las postales. Durante mucho tiempo esta isla fue un lugar siniestro, donde los hampones más renombrados eran llevados, debido la teórica imposibilidad de huir del penal. Al Capone, cuando la mafia italoamericana reinaba en los bajos fondos, fue el más célebre de sus habitantes. Liberado ya enfermo no pudo ir, debido a los efectos letales del castigo, a las reuniones de la mafia del Hotel Nacional de La Habana, entonces capital del crimen, donde sus secuaces se repartían Norteamérica. A pesar de la fama de inexpugnable, algunas de las fugas de Alcatraz infundieron más leyenda aún a la isla-prisión, entre ellas la de Frank Morris en 1960, llevada al cine negro. Tres años después, en 1963, Alcatraz, burlada, fue cerrada por antigua.

Uno de los últimos habitantes, William G. Baker, preso 1259, hasta el año pasado vendía ejemplares de sus memorias en el hall de entrada. Según cuenta en las mismas cayó allí por un par de travesuras –sustraer un coche y conducir sin papeles–, pero al intentar fugarse en un traslado de presos su pena se vio agravada. No cometió ningún crimen, ni hizo nada particularmente violento. Lo único reseñable fue desafiar a la autoridad, asunto de graves las consecuencias para él. Otros estaban en este antro, de celdas miserables, por delitos tan livianos como ser homosexuales. Pero la historia de Alcatraz tiene una parte menos conocida para el gran público. Los nativos americanos habían sido desplazados a la bahía de San Francisco por el Acta Termination Policy de 1953, por la cual los indios de todo Estados Unidos eran reasentados en espacios urbanos. Ya en la bahía se instalaron en Oakland y en el barrio de Tenderloin. Llamándose a sí mismos “indios de todas las tribus”, empujados por los movimientos por los derechos civiles y las protestas contra la guerra de Vietnam, ocuparon la isla en 1969, reclamando su propiedad. Fueron 19 meses de ocupación en los que proclamaron allá un red power” insular. Gozaron de la simpatía de los numerosos movimientos contraculturales y políticos del área, entre ellos los hippies, los yippies y las Black Panthers, que preconizaban un mundo nuevo o el poder negro. De esta manera surgió Alcatraz Indianland. Todavía reciben a los miles de visitantes diarios enormes pintadas en los muros de la antigua prisión, que les recuerdan que la isla fue por un tiempo territorio nativo.

En un clima de normalidad, el National Park Service se hizo cargo de la prisión de Alcatraz, tras el desalojo de los nativos. Desde hace décadas es una de las principales atracciones turísticas de San Francisco. El circuito comprende ver los leones marinos salvajes en muelle 39, antes de tomar el ferry para Alcatraz. Las familias suelen pasar el día con estas distracciones para terminar la jornada en un hangar del puerto –el Musée Mecanique– donde se puede jugar a las máquinas tragaperras de todos los tiempos, o visitando un viejo submarino y buque de guerra desechado en el puerto.

¿A qué viene, pues, el ataque furibundo de Trump, anunciando que vuelve a convertir Alcatraz en prisión? Más allá del histrionismo que suscita la idea, sólo cabe pensar, tal como funciona el cerebro del boss, en la venganza. El museo histórico de California en Oakland ofrece una panorámica muy completa sobre los movimientos revolucionarios californianos. Por ejemplo, la universidad de Berkeley se levantó para defender la libertad de expresión en el Free Speech Movement en el curso 1964-65. Los hippies hicieron otro tanto en el barrio de Haight-Asbury en el “verano del amor” en 1968. Luego se trasladaron a Telegraph Avenue de Berkeley. Todavía hoy día, a pesar del turismo, se prodigan en ambos lugares tiendas psicodélicas, de discos anticuados o de aparatos vintage, junto a librerías de libros inquietantes de la Beat Generation. También Castro Street, el barrio gay por excelencia, posee sus lugares de convivialidad, jazz, y vida buena. San Francisco, con las grandes manifestaciones primaverales que ahora estallan, con millones de manifestantes, del Orgullo Gay, de los Latinos, del año nuevo chino, de las cerezas en flor de los japoneses, de los italianos, de los irlandeses del Sinn Fein, etc., marca el ritmo. Con el Chinatown más grande de Estados Unidos, las prestigiosas universidades y centros de investigación, etc. constituye probablemente el mayor desafío cultural y político al que interiormente puedan enfrentarse los trumpistas.

Está claro que a diferencia del legendario pirata Francis Drake, el viejo Trump sí ha entrevisto a través de la niebla de la bahía de San Francisco una posibilidad, aunque sea remota, de aplastar la cultura que llama woke, y quiere ocupar la isla de Alcatraz para lanzarle un órdago definitivo. ¿Lo logrará?

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