Un resumen del mejor mundo bien despachado en una plaza

La ternura de la maternidad, la emoción de la plegaria, la fuerza del amor al anciano, el tatuaje patibulario... Todo tiene cabida en armonía en el lugar donde miles de almas aguardaron la sorpresa de León XIV

Un Papa norteamericano de la línea de Francisco para un mundo lastrado por la inestabilidad y la incertidumbre

El gesto de ternura a la espera de la fumata.
El gesto de ternura a la espera de la fumata. / Juan Carlos Muñoz

Ciudad del Vaticano/Aguntaron con paciencia monacal hasta pasadas las seis de la tarde, cuando por fin salió el humo blanco de la chimenea más famosa del mundo y fue anunciado el papa León XIV. A partir de entonces empezaron a llegar los romanos, que saben que queda más de un a hora hasta que sale el nuevo Papa por el balcón principal de la basílica. Entonces es cuando se fusiona el público internacional con el local. En la Plaza de San Pedro se contempla la ternura de la Piedad que no ha tallado Miguel Ángel, sino la gubia fina de esa realidad que de pronto esculpe la escena y pone los vellos de punta gracias a una fotografía de Juan Carlos Muñoz. Allí estaban una madre y su bebé, símbolo de vida, tratando de aprovechar la sombra rácana de una valla. La estampa era la propia de una maternidad de las representadas en un medallón de los que se regala a una madre primeriza. Piedad, ternura, cercanía, esperanza, amor... Los valores que encarnan las personas que esperan en la plaza el color albo de una fumata. Ellos son los que dan el sello de la autenticidad a todo el rito protagonizan quienes dentro cumplen con el deber y la obligación de elegir al nuevo líder moral del mundo. Y elegir es asumir el riesgo a equivocarse.

En la plaza esperaron la noticia del Papa nortamericano y la celebraron curas de sotanas largas y cuellos duros, frailes que tunean el hábito con coloridas prendas de abrigo, turistas advenedizos y jóvenes que están tirados en el suelo como si fuera una boca de metro a deshoras, pero que estaban rezando y con los auriculares puestos. Todos a la espera de conocer a ese nuevo líder moral de un mundo lastrado por la inestabilidad y la incertidumbre. Un resumen del mundo en un cuarto de kilo despachado en una plaza. Las imágenes en sepia o en débiles colores que uno ha visto de las fumatas de Pablo VI o Juan Pablo I, pero en versión 4G. Por así decirlo. Tanta pluralidad es difícil de superar, sobre todo con el resultado de una convivencia perfecta. Nada que ver con la cochambre de las finales de fútbol que se padece en las grandes capitales europeas.

/ Juan Carlos Muñoz

Si la Sala Stampa en jornadas de cónclave es con toda probabilidad el lugar donde mayor número de periodistas de diferentes naciones se concentran y conviven durante dos o tres días ("más que en unos Juegos Olímpicos", dice un veterano del oficio), la Plaza de San Pedro es el espacio urbano donde se da cita la gente más variopinta en perfecta armonía. Quizás sea la mejor prueba de la diversidad que acoge la Iglesia, la única institución de la que se puede formar parte tanto si se es ideológicamente de un extremo como de otro. Claro, la clave no es la ideología, sino el credo. La clave no es la militancia, sino la fe. La clave no es vestir la camiseta, sino el mensaje integrador del Evangelio. Seguro que el lector ha comprendido el sentido de estas torpes palabras. Evaluar con ojos cotidianos la dimensión de una institución como la Iglesia (no existe otra más antigua) exige cuando menos una actitud de prudencia y respeto.

Un franciscano recorre la Plaza de San Pedro en horas de cónclave.
Un franciscano recorre la Plaza de San Pedro en horas de cónclave. / Juan Carlos Muñoz

Mientras los cardenales se afanaban en la búsqueda de Papa, cosa que cumplieron finalmente en un plazo muy razonable, el Vaticano continuó con la Basílica de San Pedro y los museos abiertos (salvo la Capilla Sixtina, lógicamente) y las tiendas a tope de público: la parafarmacia, la oficina postal, la venta de recuerdos, etcétera. Las peregrinaciones del Jubileo continuaron como si nada ocurriera. Parecía un día normal, salvo que en el interior se elegía Papa. O se intentaba. Las colas de los servicios de señoras de la Plaza de San Pedro eran interminables. Los voluntarios buscaban a los caballeros para que abandonaran en esa cola y accedieran directamente a los urinarios porque en el de ellos no había que esperar. Todo con acritud. En el Vaticano nadie explica nada y, cuando lo hacen, es a voces. "Prego!" "Avanti!". Es de suponer que el trato diario con miles de turistas debe suponer un fuerte desgaste... En el carácter. En el Vaticano todo ocurre temprano y con cierto barniz de mal humor. De vez en cuando, muy de vez en cuando, hay un rostro amable que guía, acoge y explica. Una suerte de samaritano. Y se agradece con la felicidad del sediento que encuentra agua fresca.

El rezo del Rosario a la espera del nuevo Papa.
El rezo del Rosario a la espera del nuevo Papa. / Juan Carlos Muñoz

La Policía no riñe estos días a quienes se sientan en la plaza a la espera de la fumata. Son jornadas especiales. Tanto que el personal de la Sala Stampa se ve obligado a hacer horas extras. Y los ordenanzas no son precisamente un ejemplo de vitalidad y entusiasmo, parecen personajes sacado de una novela del tardofranquismo. Pero volamos a la Plaza de San Pedro. Basta intentar una conexión a Internet para comprobar las nacionalidades de los congregados: una lista interminable en todos los idiomas. La espera se ha aliviado con charlas, el rezo del Rosario, la lectura, videollamadas... Las banderas genera un efecto multicolor entre el público: Argentina, Ecuador, Colombia, Canadá, España, Brasil... Se ve gente con ropa ligera y gente abrigada en exceso. Sacerdotes de riguroso clériman y varones tatuados de estética patibularia. Paraguas para el sol, pieles blanquecinas puestas al Lorenzo suave de la primavera romana, jóvenes de faldas anchas y hasta los tobillos, mochileros, tipos en camisetas de equipos de fútbol, religiosos con hábitos franciscanos... Los escasos trajes con corbata suelen ser de presentadores de televisión. Dicen que el cónclave es plural. La pluralidad está sim duda en la plaza, a pie de firme de adoquines, en una bulla tranquila. Donde mejor se está siempre. Y esta vez se tardó menos que en 2013. Solo cuatro votaciones. Y el Papa resultó toda una novedad. No acertó ninguna quiniela.

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