Una bella y callada faena

Balcón de sol

Pablo Aguado solo saca un silencio del sexto.
Pablo Aguado solo saca un silencio del sexto. / José Ángel García

09 de mayo 2025 - 00:58

Hace muchos años, en un almuerzo, Juan Pedro Domecq Solís, hablando sobre el futuro de la fiesta, defendió el último tercio como eje de la faena. Así lo es hoy en día. La bravura, decía, es ir a más, el toro bravo es aquel que enseña su bravura en la muleta, los restantes tercios no son más que añadidos que preparan al toro para su verdadera prueba, la faena de muleta. La corrida que ayer trajo a Sevilla su hijo desde Lo Álvaro me recordó las palabras del inolvidable ganadero. Desiguales de presentación, tres con cuajo y otros tres chicos, fueron al caballo con fijeza y prontitud sin rehuir la pelea, no se les picó limitándose la suerte de varas a un simulacro, todos, con excepción quizás del sexto, cada uno con sus matices, sirvieron en la muleta.

Diego Urdiales realizó una faena correcta a su primero, un toro noble, al que torea con mucha naturalidad por ambos pitones a media altura. Más rotundidad tiene una última serie de naturales, uno a uno, con la mano baja y los ayudados finales. Mató de media largartijera. En su segundo, ante un toro chico y flojo de remos, deslumbró. Nadie daba un duro por la faena cuando cogió la muleta. El toro, sin fuerza, tenía una gran calidad. Su embestida era almíbar. No es fácil torear este tipo de toros. Hay que torerarlos muy despacio y muy suaves. Urdiales así lo entendió y, con ambas manos, la muleta al hocico tiraba del toro muy despacio, con mucho temple, hasta rematar largo y hondo atrás, y así sucesivamente hasta concluir con lentos pases de pecho. Remata la faena, breve, tras un molinete y un excepcional trincherazo, adornándose con elegancia. Mató de una gran estocada. La música no tocó. Mejor así. La música fue la propia faena, la música callada del toreo. Cortó una merecidísima oreja.

A Sebastián Castella le tocó en suerte, quizás, el mejor toro, un toro serio, bravo y noble en la muleta. Estuvo el matador correcto, con ese toreo poderoso que realiza de manos bajas y atrás. Exige demasiado. A la faena le faltó temple o reposo y por eso, quizás, no acabó de llegar a los tendidos. En su segundo, otro toro noble y bravo en la muleta, desarrolló una faena vulgar, mecánica y acelerada muy jaleada, ayudada por la música, por un público festivo que llenaba los tendidos, y que remató con una estocada trasera que bastó para que el toro cayera. Se pidió con fuerza la oreja que el presidente, con razón, denegó recibiendo una gran bronca del respetable por defender el prestigio de esta plaza. Enhorabuena, presidente.

La afición de Sevilla está con Pablo Aguado. Le tocó en suerte un primer toro noble y bravucón. El toro se desplazaba humillando. Se presentía faena grande.

Deleitó Pablo en el toreo cambiado, en los adornos, en la gracia sevillana. Adoleció la faena de falta de toreo fundamental, siempre con la muleta a media altura, quizás por miedo a que el toro flojo no aguantase. Tanto al natural como con la derecha las series breves resultaron superficiales, faltando hondura y profundidad. Mató, de un pinchazo y media. Mal. Debe Pablo profundizar en el toreo fundamental, en el toreo eterno. El adorno es eso, un adorno y nunca puede ser el eje de la faena. Nada pudo hacer en el sexto. La etérea levedad del ser.

Terminada la corrida, el público pitaba al presidente, le reprochaba no haber otorgada la oreja a una faena vulgar. Los aficionados nos íbamos silentes, sabedores de que las grandes faenas no necesitan ni de música ni de orejas, solo la música callada de la propia faena.

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