Un Papa norteamericano de la línea de Francisco para un mundo lastrado por la inestabilidad y la incertidumbre
Robert Francis Prevost, agustino de ascendencia española, cita tres veces al pontífice argentino en su primer saludo al mundo y apunta al valor del diálogo y al "amor incondicional que Dios siente por todos"
Un resumen del mejor mundo bien despachado en una plaza

Ciudad del Vaticano/Con luz del día, con las campanas repicando y con la Plaza de San Pedro con más de 30.000 almas expectantes. Robert Francis Prevost Martínez, de 69 años, apareció como nuevo Papa de la Iglesia Católica, el cuarto que conoce ya el siglo XXI. No estaba en las quinielas, es agustino y tiene una notable trayectoria como pastor y gobernante tanto en Perú, donde ha residido cuarenta años, como en la alta curia de Roma. Está en línea con el mensaje de Francisco y es visto como un continuista con capacidad de tender puentes con todos los sectores. Ejercerá el ministerio petrino con el nombre de León XIV, tal como anunció con toda solemnidad el cardenal protodiácono, Dominique Mamberti. Su elección no supone de entrada ninguna ruptura con el estilo de Francisco, pues era hombre de su máxima confianza, tanta que el argentino confió en el cardenal Prevost para varios dicasterios (los ministerios del Vaticano), lo nombró jefe de los obispos y lo creó cardenal hace dos años.
Su primera aparición como nuevo jefe del Estado del Vaticano, líder de la Iglesia Católica y obispo de Roma fue esperada por el público de la Plaza de San Pedro con cánticos ('Pescador de hombres') y vítores a la mínima oportunidad en que se barruntaba su salida. Apareció con la muceta encarnada y con la estola de los evangelistas, dos atributos que Francisco no quiso usar en 2013. En estos detalles sí se han apreciado las primeras diferencias. Sus primeras palabras fueron un fraternal saludo en una más que fresca tarde romana. Eran las 19:26 horas: "¡La paz sea con todos vosotros!". Fue ovacionado de forma masiva y continua. "¡Dios ama a todos incondicionalmente!". Dedicó un mensaje especial a la diócesis de Roma, de la que ya es titular. Y habló en español para saludar a su diócesis peruana de Chiclayo. Apostó por los valores de la paz, el diálogo y la integración de todos.
El Colegio Cardenalicio alcanzó la mayoría necesaria de dos tercios (89 de 133 votantes) a la cuarta votación, tal como ocurrió con la elección del alemán Ratzinger. En el cónclave anterior, el de 2013, se necesitaron cinco votaciones para sacar adelante a Bergoglio como Francisco. León XIV hace presagiar un pontificado de duración considerable si nos atenemos a la edad del elegido, por debajo aún de los 70 años.
El cónclave más abierto de la historia, con 71 países representados, ha necesitado solo de dos jornadas para contar con un elegido. No han faltado un llamativo apremio desde el exterior. El decano del Colegio Cardenalicio, el italiano Giovanii Battista Re, se mostró este jueves públicamente esperanzado en que se tomara una decisión. Y así fue. Re tiene 91 años, no ha entrado en el cónclave, por eso pudo hablar con toda libertad y desparpajo, aunque se le pueda cuestionar el gesto de hacerlo. El miércoles pronunció una homilía en la misa de apertura de cónclave en la que no citó a Francisco, una omisión cuando menos más que sorprendente. León XIV ha dejado bien clara su posición a la primera oportunidad. Y es ya la posición del Papa.
El nuevo pontífice está obligado más que nunca a ser un líder sólido en un planeta con potencias en manos de mandatarios histriónicos o directamente malvados. El nuevo Papa tendrá que enfrentarse a un mundo con varias guerras enconadas, lacras de las que no se libra ni la Vieja Europa. Rusia tiene en jaque a Ucrania desde hace más de tres años, una guerra que provocó las lágrimas de Francisco en más de una ocasión, el papa que también clamó por la paz en Palestina, amenazada por Israel desde el salvaje atentado de Hamás del 7 de octubre de 2023.
El mundo está condicionado por dos líderes de estilos que se alejan mucho de la política ortodoxa. La Rusia de Putin es una amenaza para Europa. Y los Estados Unidos de Trump, al que León XIV conoce bien, andan con una agenda propia que pasa por debilitar a Europa y condenarla al rearme propio, comprar Groenlandia, pretender la anexión de Canadá o poner las relaciones comerciales en jaque con una política arancelaria que busca la humillación de otros países y, supuestamente, la protección de la economía propia, aunque su solo anuncio ha sido un desastre. El nuevo papa tiene que emerger más que nunca como la primera y más solvente autoridad moral. El orden internacional está necesitado de una política protagonizada por adultos, sobre todo porque en Europa no hay líderes consolidados en estos momentos. Hasta en Alemania se ha sufrido una investidura convulsa del nuevo canciller. Ha quedado demostrado que ha habido traiciones en primera instancia dentro del acuerdo entre socialdemócratas y conservadores, luego se ha resquebrajado esta misma semana uno de los grandes valores de la unión. Ni Alemania se libra de la incertidumbre y la inestabilidad actuales.
Dentro de la propia Iglesia, León XIV deberá marcar su plan de actuación ante los casos de abusos sexuales, lidiar con el déficit económico del Vaticano (el último informe dado por bueno apunta a 82 millones de euros), velar por la unidad de la Iglesia (sobre todo en Alemania), cultivar el siempre deseable diálogo interreligioso, marcar la hoja de ruta en la incorporación de la mujer a puestos de gobierno (un plan iniciado por Francisco) y ofrecer al menos su opinión respecto a la comunión de los divorciados, el matrimonio homosexual y la siempre pendiente asignatura de los métodos anticonceptivos. Francisco no cambió la doctrina, pero tomo decisiones nuevas y abrió debates para asentar futuras reformas. León XIV se ha revestido con la muceta y la estola que Francisco no usó, pero lo ha citado tres veces.
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