La tribuna
Yo también vivo aquí
Los Bloomsbury’s no pudimos dejar pasar el 14 de mayo de 2025 sin recordar el centenario de la novela Mrs. Dalloway (1925) de Virginia Woolf (1882-1941). Editada, imprimida y distribuida por Hogarth Press, meca del modernismo en el 52 de Tavistock Square de Bloomsbury (Londres), casa de Virginia y Leonard Woolf (1880-1969) que, decorada por su hermana la pintora posimpresionista Vanessa Bell (1879-1961), alcanzó notoriedad en Europa y América a través de Vogue. Si en 2022 los centenarios de Tierra Baldía (T.S. Eliot), Ulises (J. Joyce) y el fallecimiento de Katherine Mansfield (1888-1923) al año siguiente (Diario de Sevilla, 3/3/2023), recordaron los aniversarios de la modernidad literaria inglesa, tan mal representada en los diferentes niveles de la enseñanza en España, tras de ellos, Mrs. Dalloway consolida la modern fiction con unas características precisas: ausencia de una trama definida; sólo el fluir de la conciencia de los protagonistas y sus visiones “que flotan sin cesar sobre la realidad”; una geografía urbana real (al estilo del Ulises); y un día de duración, con un constante tiempo recordado (a lo Proust) que únicamente vuelve a la realidad con el aviso musical y las campanadas del Big Ben (Las horas pensaba titularla Virginia en 1923). Por su Diario (vol.III p. 21), sabemos que Virginia hizo la última revisión del texto en enero de 1925, enviando una copia el 7 de marzo a su admirado neo-pagano el pintor Jacques Raverat (1885-1925). Su rápida respuesta procuró a la autora “uno de los días más felices de mi vida” (p. 26). La novela fue un éxito inmediato aunque no lo apreciara del todo de esta manera Virginia por algunas críticas desfavorables, ya que el 1 de junio se habían “vendido 1.070 ejemplares” y el día 18 “1250” (Diario, págs. 54 y 66). Desde la primera línea del libro en el que “Mrs. Dalloway dijo que ella misma compraría las flores”, hasta la actualidad, Clarissa Dalloway, la muy esnob protagonista que gusta de “pasear por Londres… mejor que por el campo”, ir de compras por Bond Street, organizar fiestas y pensar en su “adorable” e independiente Peter Walsh rechazado por ella en su juventud, es una bandera de la modernidad. Su contrapunto está en el pasado de desdichas y recuerdos neuróticos de Septimus Warren Smith. Entrambos la novela aúna la felicidad de las acciones cotidianas, con el desencanto posvictoriano y la repulsa social de la sociedad londinense en los años posteriores a la guerra mundial. Fue esta dualidad la que gustó también a sus íntimos de Bloomsbury, Leonard, Clive Bell (1881-1964) y Morgan Foster (1879-1970), no a Lytton Strachey (1880-1932) quien le pidió a Virginia que se desprendiera en lo sucesivo de lo superfluo de Clarissa. Lo hizo y alcanzó la madurez creativa (p. 65), dando después a la imprenta Al faro (1927), Una habitación propia (1929) y Las olas (1931).
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