Gueorgui Gospodínov: “El dolor no tiene sentido, pero sí lo tiene todo lo que desencadena”
Entrevista
Impedimenta publica la última novela del escritor búlgaro, ‘El jardinero y la muerte’, en la que el autor narra la enfermedad que apagó lentamente la vida de su padre en plena batalla contra el silencio
La escritura del desastre
Considerado el escritor búlgaro más importante e influyente desde la caída del Telón de Acero, Gueorgui Gospodínov (Yambol, 1968) responde a estas preguntas desde Granada, emocionado tras visitar la Alhambra y patear las calles que conoció su venerado Federico García Lorca: “Las ciudades que amamos están hechas de los poetas que leemos”, afirma, casi con un nudo en la garganta. El autor de Las tempestálidas, narrador y poeta, reconocido con galardones como el Booker Internacional, pasó esta semana por Granada y Sevilla para presentar su última novela, El jardinero y la muerte, su libro más personal, que publica la editorial Impedimenta con la traducción de María Vútova. En esta obra, Gospodínov narra los últimos meses de vida de su padre, marcados por la enfermedad y la disolución progresiva de sus facultades, para indagar en el silencio de los afectos, la memoria y la condición humana a partir de esta frase: “Mi padre era jardinero. Ahora es jardín”.
Pregunta.¿En qué medida es El jardinero y la muerte un libro distinto en su trayectoria, un punto y aparte, o por el contrario una entrega continuista respecto al resto de sus libros?
Respuesta.Es, ante todo, un libro de urgencia. No lo tenía planificado, no tenía pensado escribirlo, sino que vino repentinamente como consecuencia de un dolor. Se trata de una novela escrita enteramente a mano, lo que lo hace más personal que mis libros anteriores. Sin embargo, milagrosamente, El jardinero y la muerte encaja bien dentro de mi retahíla de títulos. Novela natural aborda los inicios vitales, Física de la tristeza trata sobre la madurez y los momentos iniciales de la vejez y Las tempestálidas es una novela sobre el ocaso del mundo y del hombre. Ahora, en El jardinero y la muerte he escrito sobre la pérdida de nuestros padres en un mundo como el que nos ha tocado. De modo que sí, diría que todo esto guarda una coherencia que, por otra parte, yo no he buscado.
P.¿Ha pesado más la responsabilidad a la hora de escribir este libro?
R.Cuando al principio tomaba notas en mi cuaderno me sentía libre del todo, sencillamente porque entonces no contemplaba que el material pudiera convertirse en un libro. Luego, escribir el libro a partir de aquellos apuntes entrañó un ejercicio salvador para mí. Yo quería dar cuenta de los últimos instantes de vida de mi padre, porque El jardinero y la muerte no es un libro sobre la muerte, sino sobre una vida que se va apagando. Todos los libros que escribimos cumplen un objetivo fundamental: guardar lo que hemos vivido para que no se pierda. Yo quería preservar aquellos instantes y lo conseguí. Saber que esos momentos ya no se van a olvidar resulta para mí sanador.
P.¿Quería, al escribir esta historia, expresar que el dolor sí puede tener sentido?
R.Sí, efectivamente eso es lo que pensaba todo el rato mientras escribía el libro. Y he puesto toda mi intención en que quede claro, en que el lector lo perciba así. Aunque introduciría un matiz: en realidad no es el dolor lo que tiene sentido en sí, lo que tiene sentido, o lo que permite al menos que nosotros encontremos un sentido, es todo lo que el dolor desencadena a su alrededor. Eso sí podemos interpretarlo, compartirlo, incorporarlo y encajarlo bien en nuestra experiencia.
P.En su obra, usted tiende a confundir ficción y no ficción como expresiones de la misma realidad. Si la inclinación a la ficción (como a la no ficción) es inevitable cuando se escribe una historia, ¿le preocupaba que en este caso se filtrara alguna ficción no deseada?
R.Es verdad que no soy muy defensor de los géneros puros. Nunca hay en mis libros una distinción clara entre la ficción y la no ficción. Pero, si lo piensas, ni la muerte ni la vida tienen género. En mi caso, he escrito un libro sobre un jardín, y como en un jardín hay árboles de distintos géneros, lo mismo cerezos que manzanos. Lo que me preocupaba, al menos al principio, era hasta qué punto iba a ser capaz de narrar algo tan personal. La muerte de un familiar entraña todavía un tema tabú, del que muchos prefieren no hablar. Pero en un momento dado comprendí que yo quería y podía hacerlo, así que me puse a ello. En el tramo final de la vida de mi padre yo le acompañé, paso a paso, hasta la puerta. Y la escritura del libro me permitió hacerlo de nuevo.
P.Al narrar la memoria de su padre, El jardinero y la muerte aborda también la historia de la Bulgaria del último siglo. ¿Son los habitantes anónimos más fiables que las fuentes oficiales a la hora de contar los acontecimientos de un territorio?
R.Sí, desde luego. Estoy convencido de que, para narrar un lugar, conviene hacerlo siempre a través de quienes viven en él, no de sus monumentos. En este sentido, El jardinero y la muerte no es solo un libro sobre mi padre, también lo es sobre los padres que vivieron los años del socialismo en Bulgaria. Trata sobre toda esa generación que vino al mundo con la Segunda Guerra Mundial y que conoció el mundo cerrado del comunismo, la caída del Muro y los intentos de sobrevivir en cada época. Al mismo tiempo, es un libro sobre un no saber emocional que acusó aquella generación, una cierta ignorancia incapaz de abrirse y abrazar a los hijos.
P.Eso sí es una cuestión universal.
R.Sí. Este libro me ha permitido comprobar, entre otras cosas, que la muerte de un familiar crea afinidades. Quienes han perdido a sus padres llegan a conectar de una manera muy particular. Todos somos el mismo hijo ahí, en esa pérdida.
P.¿Qué se puede escribir después de El jardinero y la muerte?
R.Es difícil. Responder a esta pregunta sería parecido a responder a la pregunta de qué hay después de la muerte. Pero quizá debería hacerlo con una frase que repetía a menudo mi padre y que, por tanto, aparece con frecuencia en el libro: no hay nada que temer.
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