Jacobo Cortines, poeta: “No aguanto la fealdad”

El rastro de la fama

El poeta sevillano cierra sus memorias, ‘La edad ligera’ (Athenaica), con dos libros en los que aparecen sus temas recurrentes: la búsqueda de la belleza, la literatura, los amigos, la música, los viajes, la muerte... “Mi abuela removía el cisco con una espada romana” "Se están diciendo muchas tonterías sobre la América colonial"

Jacobo Cortines, en su casa de Armenta, durante la entrevista.
Jacobo Cortines, en su casa de Armenta, durante la entrevista. / Gabriel Hinojosa.

A Jacobo Cortines (Lebrija, 1946) se le nota a distancia que es poeta y que es señorito (ambos términos en el buen sentido de la palabra). Nos recibe en su casa de la calle Armenta, una especie de Velintonia a la sevillana, para hablar de ‘La edad ligera, II’ (Athenaica), el segundo tomo de sus memorias compuesto por los libros ‘Filosofía y Letras’ y ‘Del tiempo airado’. Poeta de honda y dilatada trayectoria, melómano empedernido y pianista a ratos, traductor de Petrarca, profesor universitario jubilado, académico de Buenas Letras... la vida de Jacobo Cortines ha sido una continua búsqueda de la belleza. Hoy exhibe un cierto senequismo de raíz andaluza que no impide que, al evocar algunos de los momentos más duros de la vida, sus ojos delaten una contenida emoción. En este segundo volumen de ‘La edad ligera’, como no podía ser de otra manera, encontramos entreverados los momentos de plenitud (el amor, la revista ‘Separata’, los viajes, el descubrimiento del mundo...) con los amargos (la muerte de los seres queridos, las decepciones, las refriegas de la vida... ), pero todo contado con elegancia y suavidad, sin grandes ajuste de cuentas ni desgarros. El libro cuenta con el prólogo de la poeta sevillana Victoria León.

Pregunta.–La tetralogía de sus memorias la ha titulado, inspirado en un verso de Garcilaso, como ‘La edad ligera’. A veces, sin embargo, la vida pesa como una ballena.

–La ligereza se refiere a la velocidad del tiempo, la fugacidad de la vida. En general, el soneto XXIII de Garcilaso está muy presente en toda la obra, de ahí lo Del tiempo airado, como titulo el último libro, que empiezo con el verso “... por no hacer mudança en su costumbre”. [pertenece este verso al último terceto del soneto XXIII de Garcilaso: “Marchitará la rosa el viento helado,/ todo lo mudará la edad ligera,/ por no hacer mudanza en su costumbre”.]

P.–Están esos famosos versos del ‘Macbeth’ de Shakespeare que dicen: “La vida no es más que una sombra… Una historia narrada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa”. ¿Es usted tan pesimista?

–No soy partidario de esa visión tan pesimista. La vida pede ser muy hermosa, aunque también muy dura. Depende de muchas circunstancias y de cómo el individuo se enfrenta a las adversidades. Lo más duro de la vida es pensar que se deja de vivir, la muerte. El hombre es el único ser vivo que tiene conciencia de esta terrible verdad.

P.–Precisamente, los momentos más amargos del libro hacen referencia a la muerte: la de los amigos, los padres, los hermanos y, sobre todo, su mujer, Lilí.

–De alguna manera he intentado compensar todas esas pérdidas mediante el recuerdo, el homenaje... De ahí el libro colectivo que hice para Lilí tras su muerte: Nombre entre nardos. He querido cultivar el buen recuerdo y la sublimación del dolor. En la elaboración del libro fue muy importante la colaboración de Ignacio F. Garmendia y Manuel Rosal.

P.–En el libro también hay un punto de amargura por el hijo nunca nacido, al que llama Telémaco.

–Pero, pese a que uno no tenga hijos, hay mucho prójimo al que se puede querer y ayudar.

P.–Por poner etiquetas, podemos llamar a su poesía “humanismo sevillano”.

–Sí, mi poesía está muy entroncada con lo que fue el humanismo en Sevilla, gente como Rioja, Rodrigo Caro, Cetina, la Epístola moral a Fabio. Una de las cosas que me han reconciliado con la ciudad (porque en otras estoy totalmente en desacuerdo) es la gran tradición literaria que tiene. El título de la tercera parte de la tetralogía, Filosofía y Letras, hace precisamente referencia a todo ese mundo humanístico de Sevilla.

P.–La famosa frase de Sartre “el infierno son los otros” se ha convertido en un lugar común. Sin embargo, en el libro los otros también son el paraíso. Habla de muchos amigos: Gerardo Delgado, Carmen Laffón, José Ramón Sierra, Juan Suárez, Alberto González Troyano, sus cuñados Perico y Diego Romero de Solís...

–Creo que tengo muchos amigos, que además nos hemos mantenido muy fieles. No recuerdo grandes peleas. Muchos estuvimos vinculados por la revista Separata, una revista en la que se daban cita personas de muy diversas disciplinas. Todo un sueño que de alguna manera hemos mantenido. Luego lo continuamos en la Menéndez Pelayo.

Una de las cosas que me han reconciliado con Sevilla es la gran tradición literaria que tiene

P.–Fueron solo seis números, pero dieron para mucho.

–Queríamos salir cuatrimestralmente, pero no tuvimos los fondos necesarios. La revista se pudo editar gracias a la Fundación March. Publicaron firmas importantísimas: escritores, pintores, arquitectos, como Rafael Moneo, Álvaro Siza, Robert Motherwell, Pérez Villalta y todos los que ha nombrado usted.

P.–Además de Lilí, su madre o su hermana Salud, hay dos mujeres que resaltan en el libro: la poeta Julia Uceda y Carmen Laffón.

–Julia fue mi profesora en la Facultad. Eran unas clases muy interesantes. Se pasaba la hora entera diseccionando las palabras, los textos, comentando, por ejemplo, la afición de Lázaro de Tormes niño al vino para suplir la falta de alimentación. Enseñaba a mirar muy interiormente y a no caer en paraísos artificiales.

P.–¿Cuáles son esos paraísos artificiales?

–El enamorarse del cielo azul de Sevilla y todos esos tópicos. El que mejor vio la ciudad fue Joaquín Romero Murube. Él se enfrentó a la visión folclórica de Sevilla y a su destrucción por el mal entendido progreso económico.

P.–Ahora volveremos sobre esa cuestión, pero siga con Julia Uceda.

–Se fue a Michigan para, entre otras cosas, huir del narcisismo sevillano. Después a Irlanda y a Galicia, donde murió. De ella admiraba su actitud de compromiso, denuncia y seriedad. Le cogió una época pre-existencialista que la marcó mucho. Era también muy aficionada al mundo del subconsciente, a Jung, a la filosofía oriental... de alguna manera nos influyó mucho a ese grupo de jóvenes que íbamos a sus clases. Cuando fundé y dirigí la colección de poesía Vandalia de la Fundación José Manuel Lara publiqué su obra completa. A partir de ahí le dieron el Premio Nacional de Literatura.

P.–¿Y Carmen Laffón?

–Carmen estuvo muy unida al grupo nuestro de Separata. Me encargó que le hiciese el texto para el catálogo de su retrospectiva en el Reina Sofía, porque teníamos una gran sintonía. Además, hicimos juntos una carpeta sobre Cernuda y le escribí otros textos para su exposición sobre la viña en Silos. En agradecimiento, Carmen me regaló un altorrelieve grande que pesa más de 140 kilos y lo tengo en el campo. Se llama Sarmientos para el Labrador y yo le escribí la Oda a Carmen Laffón que publiqué en mi último libro. Fue una persona muy cercana a mi mundo y yo le estaré siempre agradecido. Era impresionante cómo trabajaba, el rigor que tenía, su autoexigencia... En eso era como el maestro Alberto Zedda, el director del Festival Rossini, al que me unió una gran amistad.

P.–El “trabajo gustoso”, como decía Juan Ramón. En España hay una extendida ‘cultura’ de la chapuza.

–Sí, demasiadas chapuzas. Yo he sido muy metódico en el trabajo, lo que me ha ayudado a enfrentarme a los problemas que me han ido surgiendo, a las muertes, los desengaños... El trabajo puede ser una terapia. Ahora bien, la creación muchas veces es dolorosa. En ocasiones cuesta mucho escribir un poema, sobre todo cuando uno se exige y no sale lo que pretende.

P.–Algo que queda muy claro en estos libros es su incansable búsqueda de la belleza, desde un poema hasta una tapicería.

–Para mí la belleza es absolutamente necesaria, no aguanto la fealdad, como la cantidad de tropelías urbanísticas que se han hecho. Recuerdo la Sevilla de cuando yo era un niño de Portaceli... era mucho más bonita. Romero Murube decía que no había calle sin pecado, pero ahora las calles son completamente pecaminosas. También la forma de vestir. No es que yo sea ningún dandi, pero me gusta que la gente vista con cierta decencia. Hay mucha fealdad... el espanto de esa música ratonera que está en todas partes: los ascensores, los taxis, los restaurantes...

Todos los despachos están llenos de pinturas espantosas, empezando por Miró y Tàpies”

P.–Juan Bonilla me decía el otro día que uno de los grandes dramas del arte contemporáneo es que ha renunciado a la belleza.

–El otro día estuve viendo la obra de teatro de El Brujo, Iconos, y le pegaba unos palos a Arco... La pintura y las artes plásticas están en una degeneración absoluta. Todos los despachos están llenos de pinturas espantosas, empezando por Miró y Tàpies.

P.–Las casas son personajes en esta tetralogía: el cortijo de sus padres, Micones, el piso de Reina Mercedes de recién casados...

–Al piso le hizo una reforma Sierra para hacer lo que llamamos la Sala Separata, que se basaba en el cuadro La flagelación de Cristo, de Piero della Francesca.

P.–Hacer eso en un piso de Reina Mercedes tiene su mérito.

–La suerte que tuve es que cuando encontré la casa de Armenta lo vendí inmediatamente a un enamorado del arte, Antonio Delgado, que ya murió. Estaba entusiasmado.

P.–Ya ha sacado Armenta, donde estamos, su casa en el Barrio de San Bartolomé que se ha convertido en una especie de Velintonia. Por aquí ha pasado mucha gente.

–Poetas, pintores, músicos... , desde Octavio Paz a la cantante de ópera Victoria de los Ángeles (que ensayó aquí), pasando por las cenas de Vandalia. Para mí es muy importante la casa donde se vive. Yo no podría hacerlo en cualquier piso, en cualquier chalet por muy grande que sea... Como decíamos antes, busco la belleza, la personalidad. Parece ser que a los neuróticos les influye mucho el sitio en el que viven. Yo debo ser uno de ellos. En todos los sitios he buscado mi propio rincón. Otra de las casas fue la de la playa.

P.–La de El Manantial, en el Puerto de Santa María.

–Tenía unas vistas preciosas, una gran terraza. Desde las habitaciones se oía el romper de las olas y el chocar de las cañas, el mar y la tierra. La vendimos cuando conseguimos rehabilitar una casa abandonada en el campo que había heredado, El Labrador. Descubrimos arcos rebajados del siglo XVIII. Es un sitio al que voy muchísimo. Necesito el contacto con la naturaleza.

P.–Ese es otro de los temas recurrentes de la tetralogía: el campo. Pertenece a esa tradición andaluza de la literatura del campo.

–Manuel Halcón era vecino nuestro en Lebrija. Siempre he leído con gusto toda esa literatura rural: la Historia de una finca, de los hermanos Cuevas; Luna y sol de marisma, en la que José Mas demuestra un conocimiento alucinante de la vida del toro bravo. Esa novela la tenía que haber escrito Felipe Cortines Murube, pero, como no quiso hacerlo, lo hizo Mas.

P.–Felipe Cortines es otro de los personajes recurrentes de la tetralogía. A él dedicó sus primeros trabajos universitarios.

–Escribió ese libro maravilloso que es Poema de los toros. Hice mi tesina y mi tesis doctoral sobre él y la revista Bética que fundó, una de las mejores ilustradas de la época.

P.–Villalón es otro de los grandes poetas del campo.

–Le arrendó a mi abuela un cortijo donde pasaba mucho tiempo con su amante, Conchita, a la que llegué a tratar mucho. Me contaba que Villalón desaparecía durante días y, cuando regresaba, le decía: “Fernando, me debes tanto”. Y añadía: “Porque a un hombre nunca hay que preguntarle dónde ha estado”. Villalón la dejó como su heredera universal. Conchita tenía un archivo importante de Villalón, con las cartas de Cernuda. Lo que yo pude rescatar está en la Academia de Buenas Letras. Después se mudó y su sobrino nos dijo que el resto de los papeles se habían perdido en el traslado. No creo que fuese la verdad.

Para mí es muy importante la casa donde se vive. Yo no podría hacerlo en cualquier sitio

P.–No sé si se ha dado cuenta, pero en el libro habla más y con más pasión de la música que de la poesía.

–De la poesía ya hablé mucho en las notas de Pasión y paisaje, libro en el que figura una adenda que se titula, Huellas de una creación, en la que se habla de las circunstancias en las que se escribieron los poemas. Por otra parte, la música siempre ha sido mi gran pasión. Me hubiese encantado ser director de orquesta. La estructura del libro es muy sinfónica, es decir que hay motivos que se repiten y se van aumentando: la pérdida del paisaje, la revista Separata, la ópera...

P.–La ópera, muy importante en su vida.

–La primera vez que acudí a la ópera fue en el Alcázar, cuando tenía nueve años. Cantaba Alfredo Kraus.

P.–¿Sigue tocando el piano?

–Ahora muy poco, pero lo hice mucho durante una época. Llegué a tocar la Fuga a cuatro voces de Bach y sonatas de Mozart o Beethoven que nunca pensé que lograría interpretar.

P.–¿Cuál ha sido su mejor interpretación al piano?

–Creo que lo que mejor he tocado ha sido la Sonata en La mayor a la turca, de Mozart. No me han salido mal las Danzas rumanas de Bartók. Bach tambien lo he tocado mucho.

P.–¿Le interesa el dodecafonismo?

–No, no me parece un acierto. Me interesa mucho más la obra de Schoenberg antes de la ruptura dodecafónica. Cuando estudié armonía, con Antonio Flores, tuve que escribir variaciones al estilo de clásicos como Schumann, Mozart... la que menos me costó, la más fácil, fue una dodecafónica. En Sevilla también conté con una maravillosa profesora, María Floristán, que es la madre de Juan Floristán, el famoso pianista. He tenido buena escuela.

P.–Como compositor ha hecho sus pinitos.

–Escribí una serie piezas que llamaba Tabarreras, cosa que a Juan Manuel Bonet le hacía mucha gracia; algunas canciones con mis poemas y unas piezas que llamé Juego de cartas... Algunas las grabé en magnetofón. Antonio Flores le puso también música a poemas míos, piezas que se estrenaron en el Teatro Central. Además, me gustaba pintar y todos esos dibujos que ve son míos, pero me planteé que no se podía hacer de todo, que corría el riesgo de convertirme en un diletante, por lo que decidí dedicarme a la poesía.

P.–Ha sido un viajero impenitente, como se refleja en el libro. Hoy en día, con la turistificacion, empieza a ser una costumbre casi de mal tono

–Todo se está uniformando mucho: las mismas personas, los mismos comercios... es muy chocante. Es imporante ir a sitios que tengan un sentido para el viajero. Si fui a Budapest, por ejemplo, fue porque allí está la isla Margarita, donde estuvo confinado Garcilaso.

P.–Despídase con versos propios.

–Lo haré con los que están grabados en una placa demármol en el patio de la casa, sobre una fuente que encontramos en un derribo. “Que el rumor de esta fuente sea recuerdo/ del mucho amor que nos tuvimos siempre/ que ese mármol pregone su firmeza/ y el agua lo fugaz de nuestras horas”.

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