Réquiem
Opinión
Espero que nuestro querido Joaquín no termine como el padre Merrin en 'El exorcista', su legado no merece un epílogo así

CUANDO veo a Joaquín Caparrós se me parte el alma. Me recuerda al padre Merrin, aquel experto al que acudieron para realizar el exorcismo de la pequeña Regan, en la mítica película de William Friedkin. Pero el padre Merrin, interpretado por el genial actor Max von Sydow, llegó ya demasiado cansado a aquel reto; aquel demonio era ya demasiado poderoso, incluso para un exorcista como él, curtido en mil batallas. En cualquier caso, espero que nuestro querido Joaquín no tenga el mismo final que el padre Merrin, porque su legado en la historia del Sevilla Fútbol Club no merece un epílogo así.
Sabiendo que la cobardía es osada y que los cobardes no dudan en protegerse usando como paraguas incluso a los símbolos, hay algunos que traspasan todos los límites y si fueran director del Museo del Prado, en un día de lluvia torrencial, serían capaces de descolgar a Las Meninas para taparse y no mojarse mientras llegan a su coche.
Es la hora del Réquiem, es la hora de recordar a un club que fue un espejo en el que se ha mirado el mundo del fútbol durante las dos primeras décadas del siglo XXI. Es hora de recordar cosas, porque, en ocasiones, en demasiadas ocasiones, la memoria es vaga. Y sí, el Sevilla Fútbol Club, aquel Sevilla que nació de la noche oscura, fue fuente de inspiración para otros muchos clubes, y hoy, en estos momentos de zozobra, es más necesario que nunca recordar a los cobardes que intentan protegerse bajo los símbolos, qué es lo que están destruyendo.
En el año 2005, año del Centenario del Sevilla Fútbol Club, Javier Labandón parió el Himno de los himnos. Desde ese momento, el inicio de los partidos en el Ramón Sánchez-Pizjuán se convirtió en un espectáculo coral nunca visto. Hoy, en todos los estadios se canta coralmente el himno de los equipos. Y fue también aquel Sevilla Fútbol Club el que situó el marketing en un lugar que hasta entonces no se había hecho, profesionalizando al máximo esa área. Y comenzó a diseñar camisetas distintas para las competiciones europeas, o para las finales. Y colocó la bandera de España en la parte trasera de la camiseta. Hoy, todos lo hacen. Y aquel gran Sevilla creció de la mano de un director deportivo que se hizo gigante en prestigio, al mismo tiempo que lo hacía el club. Hoy todo el mundo conoce el nombre del director deportivo de los clubes, pero hasta la llegada de Monchi, esa figura era irrelevante. Él revolucionó la forma de fichar, la forma de gestionar la dirección deportiva, y aunque muchos quieran negarle el pan y la sal, la realidad es que hoy todos siguen su estela.
Fueron muchas las facetas que revolucionó aquel Sevilla Fútbol Club que nació de las cenizas. Y ya sé que el ego hace imposible que se le reconozca, pero hasta el ego sucumbe a los pensamientos de uno mismo, y ahí, en el fuero interno, hasta en el de los que niegan el pan y la sal, se sabe que esto que digo es tan cierto como que hoy, de aquello no queda nada. Porque hoy, el Sevilla Fútbol Club es un mueble podrido y carcomido por las termitas, al que intentan pintar por fuera para ocultar su decadencia.
Por las circunstancias que todo el mundo sabe, la presidencia del Sevilla Fútbol Club cayó en las manos a Pepe Castro, como al que le toca en una tómbola un lote de turrón. No creo que haga falta que diga que, en circunstancias normales, el Sr. Castro no habría sido nunca presidente del Sevilla. Sin embargo, hay que reconocerle un gran mérito. Ese gran mérito fue saberse incapaz y no tocar nada.
Efectivamente, ¿qué hay más acertado que no tocar nada de algo que funciona? Y así, sin tocar nada, pasará a la historia como el presidente que, bajo su mandato, el club ganó cinco UEL. Pero si a Castro le tocó la presidencia en la tómbola del destino, no digamos a Del Nido Carrasco, que se está comiendo el turrón y no compró ni la papeleta.
Y con él llegó el fin, porque, si bien Castro era conscientemente incompetente, Del Nido Carrasco es inconscientemente incompetente, lo que lo convierte en un conductor ciego que dirige el vehículo a un precipicio y en lugar de frenar, bien parece que se empeña en acelerar. Esa inconsciencia manifiesta, unida a una evidente incompetencia y, lo que es peor, a una arrogancia suicida, lo convierten en un perfecto Atila que no dejará hierba bajo sus pies.
Ya sólo nos queda ir preparando la misa de Réquiem por aquel gran Sevilla Fútbol Club.
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