Una portada de Feria con el Archivo de Protocolos
Historia. La Feria data de 1847. El mercadillo al que debe su nombre la calle Feria es más antiguo. Cierra el Jueves Santo y el Jueves de Corpus, pero el Jueves de Feria era una calle más del real entre Regina y Resolana
El arzobispo de Sevilla pone en valor el continuismo pero con "acentos propios" de León XIV

El Jueves de Feria era la Feria del Jueves. No es un enunciado capicúa, un trabalenguas. La Feria de Sevilla data de 1847, un año después del nacimiento de Sor Ángela de la Cruz, una monja muy unida a esta festividad: fue beatificada por Juan Pablo II en la Calle del Infierno el 5 de noviembre de 1982; fue canonizada por el mismo pontífice en Madrid el 4 de mayo de 2003, domingo de Feria. Muy anterior es la creación del mercadillo que dio nombre a la calle Feria, que se extiende desde Regina hasta Resolana. El tramo que va de Castellar hasta la Cruz Verde es el que cada jueves, con las únicas excepciones de Jueves Santo, Jueves de Corpus y los días de diluvio, se habilita como zoco y certamen semanal de chamarileros.
En la calle Feria, donde es Semana Santa todo el año como reza una de sus tiendas más señeras, ya huele a Feria mucho antes de que llegue la prueba del alumbrado, que este lunes fue justo una semana después del apagón material y dos semanas después del apagón espiritual que supone la muerte de un Papa. El Jueves fue el periódico callejero por el que hace más de diez años corrió como la pólvora la noticia de la muerte de la duquesa de Alba y al que horas después del desmontaje de los puestos llegó la primicia del nuevo Papa que le di a mi amiga Débora en la plaza de la Mata esquina con Vulcano.
Por la calle Correduría, donde sigue pasando consulta el Doctor Letamendi (el que suspendió tres veces a Pío Baroja) pasan el 13, el 14 y el recuperado C5, que es una delicatessen de Tussam. Dan la curva junto a la panadería Curro’S, que frecuentan muchos extranjeros y por eso tiene un cartel en inglés explicando que tienen de todo menos Churros, porque el nombre del local lleva a muchos a la confusión.
En el Jueves se pregona todo. La parte más ferial es el comienzo: en los impares, los trajes de gitana. En los pares, el puesto donde no dejan de sonar los palillos por un vendedor con una maestría admirable en el arte de las castañuelas. “Tengo la vajilla de la Cartuja, el cuero de Ubrique, los relojes de Suiza, la carne con tomate, los boquerones en vinagre…”. Mester de juglaría en la calle donde estuvo la quincalla en la que nació Juan Belmonte, que da nombre a una de las arterias principales del real de la Feria. Rodrigo se ha traído menos libros porque la Feria le resta público al Jueves de la calle Feria. A ver quién se lleva ‘El sabor de la tierruca’, de José María de Pereda, que con Valera y Galdós formaban los tres Mosqueteros del realismo nacional: un montañés con calle principal en Santander, un egabrense que fue embajador en la corte del Zar de Rusia y un canario que tiene calle junto a la Alfalfa y tuvo amoríos con doña Emilia Pardo Bazán.
El Jueves de Feria abre sus alas por Montesión y la calle Conde de Torrejón. La Feria tiene su callejero con nombres de toreros y Feria tiene su calle con carteles taurinos en diversos puestos y en la tienda de antigüedades El Pianillo. Ómnium Sanctórum está cerrada toda la semana de Feria; su párroco celebra misa en la iglesia de San Marcos. Feria está tan animada que es como una calle más del real. El entorno es un zigzag para perderse. Una calle para Alberto Lista, el patriota que fue el primer director del instituto San Isidoro, el más antiguo de Andalucía. Dos nibelungas pasan haciendo footing por la plaza de san Martín. En la iglesia del mismo nombre está enterrado Juan de Mesa, el Bernini de la Semana Santa de Sevilla. Cervantes y Quevedo se rozan en una confluencia mesopotámica de calles. Divina Enfermera llega hasta la plaza de Europa. En esta calle vivió el músico Paco Aguilera, nombre imprescindible del teatro sevillano de los años setenta, tiempos de Esperpento y Mediodía.
Morgado es una calle peatonal que desemboca en el hotel Corregidor y en la calle Amor de Dios. El Jueves de Feria también cerraba Melado, que además de peluquero es compositor de algunas de las sevillanas más populares e imperecederas de la Feria. A dos pasos del cine Cervantes, el barbero hace como el cura del Quijote. Rodrigo, el librero del Jueves, confía en el donoso escrutinio de sus voluntarios para aumentar su cartera de provisiones librescas.
Hay fotos de la Feria en el Museo de Bellas Artes. Hay tiendas por el centro customizadas como casetas de Feria. Una abacería de la calle Santa Clara esquina con Lumbreras se ha reconvertido en la caseta “alegre y solidaria” ‘Las danas de vivir’, homenaje a los damnificados por las riadas de finales de octubre. Hubo por la tarde fumata blanca, el repique de campanas de la Giralda llegaba hasta la calle Feria rebasando la altura de las Setas de Jürgen Mayer que buscan muchos de los forasteros que desde la Macarena atraviesan el mercadillo para encontrar este privilegiado tomavistas sobre el antiguo mercado de la Encarnación. El Jueves de la calle Feria del Jueves de Feria es un real sin coches. Ni de gasolina, ni eléctricos ni de caballos, aunque éstos tienen el recuerdo en la calle Aposentadores, muy cerca de la Pastora y de la que fuera sede de la revista Grecia.
Los autobuses de Tussam parecen casetas móviles y las paradas son sus pañoletas. Hemos visto a la vicepresidenta del Gobierno, María Jesús Montero, bailando sevillanas en la Feria de Abril de Barcelona. La de Sevilla, la que nace un año después que Sor Ángela de la Cruz, que es el modelo original aunque uno de sus fundadores fuera el catalán Narciso Bonaplata (los Bonaplata no tienen caseta, a diferencia de los Ybarra), tiene elementos para reivindicar una especie de independentismo costumbrista. Fiestas en España hay muchas, pero en pocas coinciden dos rasgos tan poderosos como un atuendo específico, el traje de gitana, y un cante autóctono, las sevillanas, aunque sus orígenes procedan de la seguidilla manchega o los cantes maragatos. La Feria es una rareza antropológica como los hallazgos del Jueves: el tesoro del Carambolo que encontró Juan de Mata Carriazo, el incunable de Ramón Carande o la pista para recomponer el plano de Olavide. El paisano de Roca Rey cuya furgoneta aparcó junto a la calle Iris el día que el torero peruano, estrella del festival de cine de San Sebastián, hizo su primer paseíllo en la temporada de la Maestranza. Ha salido Papa León XIV, un ‘peruano’ de Chicago.
En el Jueves de Feria bajaba drásticamente el público local (de resaca o de trabajo: era día laboral después del festivo) y subía de forma exponencial el foráneo de la torre de Babel. Entreabrían las puertas del Vizcaíno, paredaño con el 27 de la calle Feria. La Feria todavía se desperezaba, pero en los puestos del Jueves hay que madrugar. La portada de la Feria debería honrar un año esta homonimia entre una de las fiestas primaverales y la calle donde es Feria todo el año, vía sacra de la Macarena, la Hiniesta, el Carmen Doloroso, los Javieres (por ahora) y la Amargura. Una portada en la que aparecieran algunos de sus hitos arquitectónicos: el Archivo de Protocolos, el palacio de los Marqueses de la Algaba, la iglesia de Ómnium Sanctórum, el mercado de la Feria o, por qué no, Casa Vizcaíno, el Wall Street de la caña y el vermut. Una Cruzcampo en la senda de la Cruz Verde.
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