José Soto Chica, medievalista: “La II República reivindicó la figura de don Pelayo”
El Rastro de la Fama
Un accidente con explosivos hizo que tuviese que abandonar la carrera militar y se dedicase a la Edad Media y Bizancio
Acaba de publicar una novela histórica sobre la figura de don Pelayo Jacobo Cortines, poeta: “No aguanto la fealdad” Rafael Sánchez Saus: “Las dos Españas nacieron con la Constitución de 1812”

Su hijo le sirve de lazarillo y ya desde las primeras palabras en la terraza del NH Plaza de Armas se nota que es un hombre bienhumorado. Y eso que tenía todas las excusas para abandonarse a la amargura. Con apenas 23 años, recién llegado de la guerra de Bosnia, un accidente con explosivos dejó ciego y sin una pierna al soldado profesional José Soto Chica (Santa Fe, Granada, 1971). Para muchos esta tragedia hubiese supuesto el final de la vida activa, pero el entrevistado, lejos de amilanarse, se doctoró en Historia Medieval e inició una fructífera carrera como historiador y docente con multitud de artículos científicos y ensayos en su haber. Hace ya años abandonó la docencia (“en los departamentos universitarios he visto cosas peores que en Bosnia”) para dedicarse en exclusiva a investigar y escribir, que son sus dos pasiones. Colabora habitualmente en publicaciones de divulgación histórica como ‘Desperta Ferro’, ‘Muy interesante’ y ‘National Geographic Historia’. Ahora acaba de publicar ‘Pelayo’ (Espasa) una narración sobre uno de los personajes más conocidos de la historia de España del que, paradójicamente, lo desconocemos casi todo. “La novela del héroe que salvó Hispania”, como reza un eslogan publicitario.
Pregunta.–Su novela se llama ‘Pelayo’, sin el reglamentario ‘don’. ¿A qué vienen esas confianzas?
–Es aposta. El don convierte a Pelayo en alguien lejano, y el propósito de la novela es ir al personaje real y humano. Pretendo mostrar no solo al rey, sino también al hombre. Pero usted lo puede escribir en la entrevista como quiera, con don o sin don.
P.–Hay quienes defienden que don Pelayo no existió.
–Soy especialista en ese periodo desde hace 25 años. He publicado más de 70 artículos científicos y capítulos en obras especializadas, además de nueve ensayos. Le puedo decir que es un personaje cien por cien histórico.
P.–¿Qué pruebas tenemos?
–Por ejemplo, sus obras. El arqueólogo Jorge Camino ha puesto de manifiesto que las impresionantes fortificaciones a 1.600 metros de altitud que hay en la vía Carisa fueron construidas por Pelayo para defenderse del califato omeya de Damasco.
P.–¿La vía Carisa?
–Era una vía romana que subía desde León hasta Gijón. Pelayo construyó esas fortificaciones, a 1.600 metros de altitud, para cerrar el camino. Tenemos otras pruebas, como una inscripción en la que se le nombra y fue mandada a realizar por su hijo, Favila, para una iglesia que exalta el triunfo de la Santa Cruz. Por supuesto, también están las fuentes escritas: el testamento de su bisnieto Alfonso II, en el que aparece Pelayo; o tres crónicas asturianas y documentos islámicos del siglo X, donde lo mencionan como un rey rebelde que se alzó contra el califa de Damasco. El único argumento contra la existencia de Pelayo es que la crónica mozárabe de 754 no lo menciona, pero también ignora a Gila II –y tenemos las monedas acuñadas por este usurpador– y a Ardón, último rey godo que resistió en la Septimania. Hay tal cúmulo de testimonios sobre Pelayo que hace insostenible afirmar que no existió.
P.–Usted defiende que la batalla de Covadonga, el gran triunfo de don Pelayo, en realidad fueron tres batallas.
–Mínimo tres. No soy el primero en decirlo. Esto ya lo defendió en el siglo XIX Lafuente y Alcántara, que fue un gran historiador y arabista. Se han manejado tres fechas para esta batalla: 718, 722 y 734, pero yo, al igual que Lafuente y Alcántara, digo que no estamos ante tres fechas para una misma batalla, sino ante tres batallas distintas, aunque con el tiempo se fundieron simbólicamente en una sola. Cuando lees las fuentes te das cuenta de que se habla de sitios distintos: hay una batalla en las inmediaciones de Covadonga, pero las de 722 y 734 se produjeron en un sitio llamado Roca de Pelayo (Homón de Faro).
El cúmulo de testimonios sobre Pelayo es al que es insostenible afirmar que no existió
P.–En cualquier caso, don Pelayo consiguió parar la invasión.
–Eso es indiscutible, porque Pelayo le lega el reino a su hijo Favila. De las batallas antes mencionadas ganó dos y perdió una, pero el resultado final fue que Pelayo construyó un reino y frenó la expansión musulmana, lo que fue una gesta increíble, porque el Califato Omeya de Damasco era el imperio más extenso que hasta ese momento había conocido la historia, tres veces más grande que el romano.
P.–¿Cómo era don Pelayo?
–Por sus hechos los conoceréis. Era un rebelde sin esperanza, capaz de hacer la locura de levantarse frente al Califato Omeya. Un hombre que concitó el apoyo de otros desesperados como él. Tenía un carisma brutal y, sobre todo, era un hombre extraño. La gran mayoría de las gentes como él, los nobles hispano-godos, pactaron con los musulmanes, porque les ofrecieron unas condiciones estupendas y mantuvieron sus privilegios. Pelayo, sin embargo, lo dejó todo y se echó al monte.
P.–¿Y quiénes lo apoyaron en la resistencia?
–Gentes muy diversas: nobles, guerreros, campesinos, cazadores... gentes de la tierra y refugiados venidos de diversos lugares de la Hispania visigoda que no querían someterse al nuevo poder y se habían desplazado al norte como último lugar de resistencia. Había también personas de la altísima nobleza, como el duque de Cantabria y sus hijos, que pese a estar por encima de Pelayo socialmente decidieron aceptar su liderazgo porque ofrecía algo fundamental: la victoria. Pelayo es una amalgama que concita muchas esperanzas en torno a su persona.
P.–¿Él se consideraba continuador del reino visigodo o es consciente de que está fundando una nueva realidad?
–Él es un godo, de eso no hay duda. Uno no se levanta un día godo y se acuesta de otra manera. Tras la derrota de don Rodrigo la gente mantuvo su identidad durante mucho tiempo. Aquí, en Andalucía, la gran mayoría de los habitantes siguió hablando latín-romance y profesando el cristianismo. En el norte pasó igual. Pelayo sabía que tenía fuerzas para resistir y construir algo pequeño, aunque no para reconstruir el reino visigodo. Así que mantuvo todo lo que pudo del viejo mundo, pero sabe que tiene que dar pie a un nuevo mundo, y ese nuevo mundo se llamará ya Asturias. Es un hombre a medio camino entre lo viejo y lo nuevo. En todo momento fue muy consciente de esto.
P.–¿Y todos eran hispano-godos? ¿No había astures, los herederos de la resistencia a Roma?
–Lo que usted dice es un viejo mito que ha sido muy explotado por el nacionalismo asturiano. Pero eso no se mantiene ni con las fuentes escritas ni con la arqueología. Ahora sabemos que Asturias, Cantabria y el País Vasco se romanizaron por completo. También que se visigotizaron, tanto que se crearon un ducado de Asturias y otro de Cantabria visigodos.
P.–Algunos incluso ponen en duda el mismo concepto de reconquista y lo asimilan al franquismo.
–Cuando los historiadores hablan de terminología es que no pueden hacerlo de historia. El de reconquista es un término que está en nuestra historiografía desde el siglo XVIII, no tiene nada que ver con Franco.
La mayor parte de los nobles hispano-godos pactaron con los árabes, pero Pelayo lo dejó todo y se echó al monte
P.–¿Y qué termino se usaba en la época de don Pelayo y sus sucesores?
–Términos como recuperatio (recuperación en latín) o la necesidad de reconstruir la “ruina de Hispania”. Los que decidieron resistir en el norte tenían la conciencia de que habían perdido algo y aspiraban a recuperarlo. Es cierto que ese término se puede cargar con ideología del siglo XXI, pero como historiador a mí me interesa lo que pensaban los señores de los siglos VIII, IX, X.... A los políticos les encanta la historia, pero un historiador no debe jugar a político.
P.–¿Y la gente del sur, cómo fue evolucionando?
–Se fue islamizando lentamente y con el tiempo vio a los del norte como conquistadores, no como reconquistadores. Para un andalusí, Fernando III era un invasor, no un liberador. La gran mayoría de los andalusíes descendían de hispanos que se habían arabizado. Como mucho, del norte de África y de oriente llegaron 200.000 personas. Si ustedse hubiese paseado por la Sevilla del año 800 se habría entendido con la gente en latín, no en árabe. El árabe era la lengua de la administración y la élite. Pero si se hubiese paseado en el año 1000 se daría cuenta de que el lenguaje de la gran mayoría ya era el árabe. La aculturación fue un proceso muy lento, pero imparable.
P.–¿Los andaluces, de quién somos más herederos, de don Pelayo o de Abderramán?
–No se trata de elegir entre papá y mamá. La identidad andaluza, como la española, es algo muy complejo en la que entran Tartessos, Roma, los fenicios, los griegos los godos, los musulmanes... somos todo eso. ¿Por qué tenemos que elegir solo una parte de nuestro pasado? ¿Por qué tenemos que revolvernos contra nosotros mismos? ¿Por qué tiene que haber unos señores que protestan por la toma de Granada? ¿La conquista de los árabes, sin embargo, sí fue legítima? Todo debe ser abrazado como lo que es, Historia. No como presente, sino como pasado.
P.–La historia de don Pelayo es una historia de resiliencia. Como la suya. Usted era soldado profesional y un accidente con explosivos le dejó ciego y sin una pierna.
–Fue justo recién llegado de la guerra de Bosnia, en unas prácticas con explosivos en Cerro Muriano. Estuve 14 días en coma. Volví cuando nadie creía que volvería.
P.–La esperanza es lo último que se pierde.
–Por supuesto. La vida la tienes que tomar por completo. No es un camino de rosas y a veces te hace putadas. Pero también puede ser maravillosa. Yo he sido más pleno y feliz después del accidente que antes. Cuando sufrí el accidente y llegué al hospital lo único que pensaba es que iba a salir de allí vivo. Pelayo se rebeló contra un imperio y yo contra las circunstancias que me tocó vivir siendo un joven de 23 años. En cualquier caso la rebeldía es un valor que debemos reivindicar. Nuestra sociedad es cada vez más pasiva.
La vida te hace putadas, pero también puede ser maravillosa. He sido más feliz después del accidente que antes
P.–La figura de don Pelayo ha sido usada políticamente. Recuerdo el famoso dicho: “es más facha que don Pelayo”.
–Los españoles tenemos complejo de Edipo. Queremos matar a ese padre que es nuestro pasado. Tenemos una izquierda tonta que se ha dejado arrebatar su historia. Una vez hice un experimento. Le enseñé a la gente una página sobre Pelayo de un libro escolar y le pregunté de qué época era. Todos dijeron que del franquismo. Pues no, era de la II República. La República reivindicó la figura de don Pelayo, los Reyes Católicos y todas esas cosas que desde los años 70 se dice que son fachas. Si va a Budapest verá una placa puesta en 1933 por el Gobierno de la República celebrando a los trescientos héroes españoles de los tercios que tomaron la colina de Buda en 1686. La invasión del valle de Arán, en 1944, por el Partido Comunista para socavar el franquismo fue llamada Reconquista.
P.–Además de en don Pelayo, usted es experto en Bizancio, un imperio que duró más de 1.000 años y que, sin embargo, apenas nos acordamos de él.
–Es curioso, porque en época de Pelayo, Bizancio era la segunda potencia mundial tras el Califato Omeya. El mismo año en que se rebeló el asturiano, los árabes se llevaron una tunda tremenda al intentar conquistar Constantinopla, perdieron 1.700 barcos y 200.000 hombres. Cuando se enteró de la derrota, el califa Omar II llegó a pensar una cosa que hubiese cambiado nuestra historia: evacuar Hispania, porque necesitaba esos ejércitos en Siria. De hecho empezó con los preparativos. Al final el califa fue asesinado y nunca dio la orden definitiva. Bizancio es el imperio necesario. Fue el que realmente salvó todo el legado de la Antigüedad clásica. Allí el mundo de lo griego y lo romano seguía vivo. Ellos eran los romanos. En Europa occidental, con el Renacimiento y la Ilustración, hemos querido ser los verdaderos herederos de Roma y de ahí esa visión decadente y afeminada de Bizancio. Evidentemente no fue así. Un imperio que dura 1.000 años es un imperio fuerte.
P.–También olvidamos que Andalucía fue parte de Bizancio durante un breve tiempo.
–De Barbate a Almería. Es decir, la mayor parte de lo que hoy es Málaga, Granada, Almería, buena parte de Cádiz, zonas de Jaén etcétera fueron bizantinas durante ocho años. Es un periodo que se está poniendo ahora en valor. Se están haciendo descubrimientos arqueológicos en Málaga. La Málaga bizantina está renaciendo. Algeciras fue bizantina hasta el año 709, es decir, 150 años.
P.–Pero la capital estaba en Cartagena.
–Oficialmente sí, pero Málaga y Algeciras fueron dos ciudades muy potentes en el contexto de la España bizantina. Hay incluso quiénes piensan que Málaga fue la verdadera capital.
P.–¿Y Algeciras?
–Se llamaba Mesopotamenoi , que significa entre dos ríos, igual que Algeciras en árabe. Fue un puerto importantísimo.
P.–Incluso Sevilla llegó a ser bizantina.
–Los bizantinos entraron en España en 552 en el contexto de una guerra civil entre dos reyes godos: Atanagildo y Agila I. El primero le pidió ayuda militar a Bizancio, que mandó un ejército que también tomó Sevilla con intención de quedarse. Pero luego Atanagildo consiguió recuperar la ciudad en 555. Así que Sevilla fue bizantina solo tres años.
También te puede interesar
Lo último
Contenido ofrecido por CEADE San Isidoro
Campus UPO
Contenido ofrecido por Morera & Vallejo
Contenido ofrecido por Quantica