La tribuna
La fuerza de lo identitario
Cuando en el mundo se producen genocidios impunes y se intercambian misiles y destrucción en lo que algunos ya califican como prolegómeno de una tercera (¿y última?) guerra mundial y, a nivel doméstico, estamos en la que quizá sea la más importante crisis institucional desde la Transición política, podría parecer desmesurado, o al menos frívolo, que, como han destacado todos los medios de comunicación andaluces y nacionales, en Sevilla la mayor preocupación y el mayor dolor para decenas, si no cientos, de miles de personas sea hoy la desdichada “restauración” de la Macarena o el empeño del presidente del Sevilla FC en seguir en su cargo.
Algunos dirán que la religión y el fútbol son hoy el opio del pueblo, pero esta explicación, aún teniendo una parte de verdad, es claramente insuficiente porque desconoce la fuerza de lo identitario. En el caso de la Macarena, que no es una Virgen más de las muy numerosas que reciben aquí culto, sino que es la Virgen de Sevilla, una intervención “de conservación” que se decía rutinaria, para corregir pequeños problemas de la imagen, ha tenido como resultado un cambio total de su expresión. El estupor que a los primeros devotos y visitantes que la vieron repuesta en su altar produjeron las alteraciones en el rostro les llevó incluso a afirmar que “esta no es la Macarena”. Al estupor siguió la indignación y tras esta la desolación generalizada ante lo que se consideró como la pérdida no solo del objeto de su devoción sino del que era también referente de identificación del barrio, de la hermandad, de la ciudad, de Andalucía y de cuantos macarenos existen en el mundo. ¿Cómo pudo ocurrir esto? ¿Por qué y con qué aceptación se le había cambiado la cara a la Macarena? ¿En base a qué diagnóstico? ¿Por qué medios? Preguntas sin respuesta en el escueto comunicado de la junta de gobierno de la cofradía donde esta reconocía que la intervención había tenido “efectos indeseados”. Ante el clamor popular, en veinticuatro horas la imagen sufrió dos nuevas intervenciones para tratar de devolverla a un estado reconocible, lo que se ha logrado solo en parte, aunque ha calmado un tanto el dolor de muchos. Ante este cúmulo de chapuzas, lo lógico hubiera sido la dimisión inmediata de la junta de gobierno en pleno por ser la responsable de esta agresión a la imagen y a los sentimientos macarenos, pero esto no ha ocurrido.
En cuanto a otro símbolo andaluz, especialmente de Sevilla, o al menos de la mitad de ella, el Sevilla FC, hoy Sociedad Anónima Deportiva, es sabido cuál es su penosa situación actual. De ser el primer club de Andalucía y cuarto de España en solvencia económica y títulos europeos, ha pasado a ser el último de los 42 equipos de primera y segunda división en recursos. La afición toda (pequeños accionistas unidos, peñas, biris…) exige un cambio en la dirección de la entidad y la salida de cuantos han sido protagonistas del desaguisado (quienes, además, cobran altos emolumentos que ellos mismos se fijaron). Pero el actual presidente se aferra a su cargo: “Mientras el capital me apoye, no me iré a casa”, ha afirmado con altanería, despreciando el clamor de la inmensa mayoría de los sevillistas.
En uno y otro caso, dirigentes ensoberbecidos actúan como si las entidades que encabezan fueran de su propiedad. Y no es así, porque ambas –una en el ámbito de la religiosidad (que no piedad) popular y la otra en el deportivo– son hoy símbolos emblemáticos de Sevilla y Andalucía. Son Bienes Culturales Comunitarios no privatizables que deberían ser declarados tales para que puedan ser protegidos sin que ninguna persona o institución pueda decidir sobre ellas en exclusiva.
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