El parqué
Calma tensa en las bolsas
Hay veces, no muchas veces, que la vida se encarga de premiarte con el reconocimiento de haber laborado siempre en pos de dicho reconocimiento. O sea que nunca es tarde si la dicha es buena o que la meta justifica los medios puestos en el empeño de llegar a ella. Y eso le ha ocurrido a Joaquín Caparrós, que de tanto pregonar su vocación sevillista ha recogido el fruto en forma del mayor galardón que puede recibir todo el que profese dicha fe. Presidente honorario del Sevilla Fútbol Club es tan insólito como serio aunque pueda subyacer la creencia de que ha sido una forma de autodefensa por parte de los dirigentes.
Da igual, pues han sido tantas las proclamaciones de sevillismo que Joaquín ha ido haciendo desde que llegó al club que en este tiempo en que se cumplen sus Bodas de Plata como miembro de dicha institución el premio parece merecido, muy merecido. Poseedor con anterioridad del Banquillo de Oro que comparte únicamente con el gran Manolo Cardo, la presidencia honoraria le llega como galardón perseguido y hallado con toda justicia.
No importa que la distinción le llegue de parte de un Consejo asaeteado por innumerables trincheras del sevillismo, ya que si hay alguien de consenso para ese sevillismo es el utrerano. La tierra debe ser para el que la trabaja y esa distinción tan alta debe recaer en quien se ha encargado de sembrar día a día. Justo lo que ha hecho Joaquín Caparrós desde hace veinticinco años.
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