¡Zas!, en toda la boca
Síndrome expresivo 89

Desde el origen del mundo, los seres humanos se han esforzado a diario en pelear con el vecino a través de la guerra descarnada. Parece ser que la configuración genética de la especie nos inclina a la aniquilación del adversario. Por este motivo, el diálogo entre civilizaciones rivales siempre ha sido una cuestión de cursis blandengues, ajenos al espíritu combativo de los más excelsos héroes de la patria.
El progreso económico y el desarrollo de las instituciones culturales y educativas han modelado poco a poco la sed de venganza de los ciudadanos. Ahora, preferimos la muerte social del enemigo a través de la palabra. Nos batimos en duelo lingüístico con el rival de turno y, a continuación, nos sentamos en el sofá a deglutir la última carrera de la estrella deportiva de moda, la ocurrencia trillada del político asalariado o la publicación trucada del nuevo genio de la nada. Discutimos para llenar el vacío de una existencia superficial y metavérsica. Nos contentamos con el acierto de nuestro ocurrente dardo expresivo. Una sociedad adicta a la metadona del zasca en toda la boca.
Lord Byron afirmaba que las sociedades de todos los tiempos se relacionan a través del insulto, la ironía, el sarcasmo y la pulla idiomática dirigida al enemigo. Si interpretamos esta afición de los seres humanos con cierto optimismo, cuanto más nos insultemos y batallemos a través de la palabra menos llegaremos a las manos. Desde este punto de vista, el tortazo verbal es una muestra de civilización y progreso en las costumbres humanas. Nos golpeamos con zascas para derribar la arrogancia del prepotente de turno; para denunciar la imaginaria base argumental del iluminado y, por qué no, para defendernos de la más absoluta ignorancia de los muchos imbéciles que nos rodean.
A esta altura del artículo, algunos lectores se preguntarán por la definición académica del término “zasca en toda la boca”. Según la RAE, “es una palabra válida para aludir a una réplica cortante, rápida y a menudo ofensiva en un debate o conversación (...) También podría denominarse un corte, un hachazo dialéctico o una bofetada verbal”. Estas líneas explican de forma clara las dos caras de la existencia social de cualquier individuo: en un mundo ideal e infantilizado por la purpurina mediática, debemos perdonar cualquier desliz o muestra de altivez; sin embargo, en el mundo real es aconsejable no pasarnos de listos, porque siempre recibiremos un merecido escarmiento en forma de zasca en toda la boca.
Como es lógico, la teoría se concreta en la práctica del memorable zasca en toda la boca. Muchos son los ejemplos donde el ingenio en el uso de la lengua desarma la autoridad del rival. En estas situaciones, el humor nos demuestra la eficacia de golpear con un zasca en toda la boca. Te cuento, docto lector, algunos episodios de los más célebres navajazos verbales:
- En primer lugar, no podemos obviar la archiconocida respuesta del filósofo Diógenes a la alabanza supuestamente desinteresada de Alejandro Magno. La leyenda cuenta que el pensador cínico, ante la llegada del todopoderoso militar, prefirió hacer caso omiso a la noticia y continuó refugiado en un tonel. Sin embargo, el mismo Alejandro se acercó a él y le propuso con deferencia: “Puedo darte lo que desees. Pide lo que quieras”. El zasca en toda la boca dejó grogui al incauto Alejandro: “Solo te pido que te apartes del sol. Que sus rayos me toquen es, ahora mismo, mi mayor deseo”.
- El segundo ejemplo procede del territorio más fértil para la proliferación de zascas en toda la boca a diestro y siniestro. Por supuesto, me refiero a la red antisocial X (antigua Twitter), donde los usuarios derraman su ignorancia y mala leche, amparados, en la mayoría de los casos, en el cobarde anonimato digital. Así, una tuitera decidió plantear a la RAE una cuestión de primer curso de Educación Primaria: “Hola, @RAEinforma, tengo un dilema. Hoy me di cuenta que puedo decir que una correa es negrA, pero no que es marronA. ¿Por qué? ¿Estamos discriminando a las marronAs? Gracias por tu atención”.
No es difícil imaginar la reacción del paciente filólogo encargado de resolver las dudas idiomáticas de los usuarios: “Hay adjetivos de dos terminaciones, como “rojo, -ja”, “amarillo, -lla” o “listo, -ta”, y otros de una sola terminación, válida para el masculino y para el femenino, como “marrón”, “azul” o “imbécil”. ¡Zas!, en toda la boca.
Consejo final
Algunos alumnos y vecinos todavía me preguntan, con cierto desdén, por qué diablos decidí estudiar Filología Hispánica. Les suelo comentar que el dominio de la estructura lingüística ayuda a comunicarnos y relacionarnos con los demás, y nos permite expresar y comprender distintas emociones e ideas complejas. ¡Buaf! Otro argumento más pragmático y cercano es que, gracias al estudio de las cuestiones gramaticales y literarias, detecto las taras expresivas y mentales del imbécil de turno, pago la hipoteca de mi casa y mis hijas no duermen debajo de un puente. ¡Fuera, fuera! Respira, Jorge. Ya me encuentro mejor. Me voy a clase. Vale.
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