Agua de la pila bautismal en el desierto del Gobi
calle rioja
El bautizo de una niña de cinco meses reunió a cinco hermanos. La bisabuela de cien años no perdió detalle en primera fila en la parroquia de Ómnium Sanctórum
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Al final no llegaron los abanicos de Amazon, pero el agua de la pila del bautismo, bajo el Cristo de las Almas de la hermandad de los Javieres, hizo las veces de refresco sacramental. Una niña de cinco meses, Laura, nos reunía a los cinco hermanos. Al equipo de baloncesto. En la parroquia de Ómnium Sanctórum, a dos pasos de la parada del C5, que suena a coche oficial de estos cinco Correales. Los cuatro bisabuelos por parte de la madre de la bautizada son múltiplos de cinco. Este año se cumplen diez años de la muerte de la abuela Maruja, mi madre; veinte años de la muerte del abuelo Eulogio, mi suegro, que se fue el año que su Betis ganó la segunda Copa del Rey; veinticinco años del fallecimiento de la abuela Pilar, mi segunda madre, a la que enterramos el día de la Virgen de los Reyes del año 2000; y para compensar esos decesos, el último día de este año celebramos el centenario del nacimiento del abuelo Paco, mi señor padre, el padre de los cinco que nos fotografiamos en la portada de la iglesia mudéjar de la calle de la Feria.
Cuatro bisabuelos que son una lección de historia. Eulogio nació en plena Monarquía de Alfonso XIII; mi padre es hijo de la dictadura de Primo de Rivera; mi madre nace el tercer año de la Segunda República; y Pilar viene al mundo en Santa Olalla de Cala el último día de 1936, en plena guerra civil. La única bisabuela que le vive a Laura es Rosario, la abuela de Nicolás Martín, el padre de la criatura. Los cien años de esta buena mujer que asistía al bautizo de su bisnieta de cinco meses.
Los abuelos se encargaron de la fotografía del evento. Las fotos de Eulogio, mi cuñado, y de Eduardo, el abuelo paterno de la protagonista, que recibió el agua bautismal de Fernando, diácono de la parroquia, asistido por Miguel, el eficiente sacristán. Me gusta leer las historias taurinas de Álvaro Rodríguez del Moral. El sábado le dedicaba una página al ‘bautizo’ taurino de dos chiquillos, Manolo y Pepe Bienvenida (Manolito y Pepito Mejías en los carteles), que el 28 de junio de 1925 hicieron el paseíllo en la Maestranza en un cortejo que encabezaba la artista de varietés Trini Ramos. Lo curioso de este episodio es que el cronista recuerda que cuando la familia Bienvenida ‘deshizo’ las Américas y volvió de Colombia, se asentaron en el barrio de la Feria, y los hermanos pequeños de aquellos torerillos, Antonio y Ángel Luis Bienvenida, fueron bautizados en la parroquia de Ómnium Sanctórum. La historia se repite. El abuelo Eduardo me ha mandado el cartel de aquel festejo taurino celebrado “a beneficio de la Colonia de Empleados” en el que se lidiaron toros de la divisa de Fernando Villalón, el ganadero, aristócrata y poeta de la generación del 27.
El calor fue el invitado al que nadie esperaba, aunque los telediarios anunciaban el comienzo de la ola. El 28 de abril, el apagón; el 28 de mayo, la final de la Conference entre Chelsea y Betis que vi en la peña bética de la calle Arrayán, junto a la casa parroquial de Ómniun Sanctórum, con mi amiga Reyes Aguilar. Y este 28 de junio, el bautizo de Laura… y la Cabalgata del Orgullo. Dos de mis hermanos se fueron el mismo día, Blas camino de Tembleque (Toledo) y Mario a Torremolinos, lugar señero del Orgullo con una carroza monográfica, para preparar un crucero por las islas griegas. Por las Setas vimos una carroza de Itaca, donde estoy instalado en la lectura de la Odisea de Homero, cuando el héroe de Troya que ha cegado a Polifemo vuelve a la patria donde le esperan su hijo Telémaco y su esposa Penélope asediada por 108 pretendientes gorrones y sin escrúpulos.
Con los hermanos que se quedaron, Juan y Quique, hicimos una turné por una Sevilla tórrida. El párroco de la Magdalena, Francisco Román, venía por Orfila, donde está el Ateneo que organiza la Cabalgata de Reyes. Por la calle Pérez Galdós, camino de la Alfalfa, nos cruzamos con Pedro Juan Álvarez Barrera, rector del Salvador. 52 grados vio en un termómetro cuando se dirigió a celebrar una boda en el Cachorro. Dos párrocos unidos a sendas iglesias en las que se le ve la mano arquitectónica de Leonardo de Figueroa, nacido en Utiel, el pueblo vinícola de Valencia donde vive y trabaja mi hermano Quique.
Pasamos por la casa natal de Velázquez y la iglesia en la que lo bautizaron, muy cerca de la casa-palacio donde nació Villalón y ahora es sede de las Hermanas de la Cruz. Vimos la casa donde nació el poeta con Nobel Vicente Aleixandre (el palacio Yanduri en el que se alojó Franco por no coincidir con Queipo tras la sublevación de julio del 36). Situamos a Magallanes viviendo en el Alcázar cuando su suegro, Barbosa, era alcaide del palacio, y después en la Nao Victoria, única de las cinco que regresó tras circunnavegar el planeta tierra. Si en ‘El corazón de las tinieblas’ de Conrad buscaban el marfil, aquellos marineros comandados primero por Magallanes, al final por Elcano, perseguían la ruta de las especias, con las que como cuenta Stefan Zweig en la biografía del almirante portugués, se construyeron palacios y cimentaron fortunas.
En restaurantes de prestigio el aire acondicionado brillaba por su ausencia. Sevilla era una sucursal del desierto del Gobi. Sólo el agua bautismal refrescaba, emulación del viaje que Jesús hizo desde Nazaret hasta el Jordán. Y la cervecita fresquita, sustituto del vino que la Virgen María no quería que faltase en las bodas de Caná. Laura ya está bautizada. Sonaban las campanas de las Lágrimas de san Pedro. Fueron sus padrinos Joaquín José y Andrea, que la víspera triunfó en la Sala Cero con sus compañeros en la obra teatral ‘Hemos sido engañados’.
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