Ortega deshumanizado

Ortega deshumanizado
Ortega deshumanizado

15 de junio 2025 - 03:09

Ortega publica un avance de La deshumanización del arte en el diario El Sol, durante los meses de enero y febrero de 1924. Sobre esas mismas fechas –febrero del 24–, Ortega da a conocer un texto en la Revista de Occidente que completa, en buena medida, al anterior: Sobre el punto de vista en las artes. Que Ortega tuvo un interés mayúsculo y una mirada esencial sobre las artes quedará claro años después, cuando publique sus Papeles sobre Velázquez y Goya. Que lo hiciera en compañía de Manuel Bartolomé Cossio, de Eugenio d’Ors, de Moreno Villa, del crítico Juan de la Encina, pseudónimo de Ricardo Gutiérrez Abascal, del gran avizorador de lo nuevo que fue Ramón Gómez de la Serna..., no hace sino subrayar la envergadura crítica de la inteligencia española de aquella hora. Recuérdese, a este respecto, la foto tomada en 1912 en el Museo del Greco, donde aparecen el crítico alemán Julius Meier-Graefe, José Ortega y Gasset, Albert Einstein y Manuel Bartolomé Cossío, cuya monografía dedicada al Greco resultaría determinante en la vindicación del pintor. Sin embargo, que Ortega publicara su “deshumanización”, hace ahora un siglo (el ensayo aparecería completo, como libro, en 1925) significa algo más; significa una formulación definitiva, vigente en su totalidad, de la naturaleza y las causas del arte occidental, en sus expresiones más novedosas.

Ortega había escrito ya, en el año 8, una defensa del impresionismo en Meier-Graefe, considerado entonces como enemigo estético del imperio alemán. “Muestra semejante fenómeno el vicio nacionalista de la intolerancia: en ese sentido merece, como todo nacionalismo, exquisito desprecio”. Ello implicaba escribir, por un lado, en contra del nacionalismo teutón, simbolizado en la pintura de Boecklin. Pero implicaba, mayormente, distinguir el ámbito propio del arte, ya despojado de lo “humano”, lo anecdótico, lo narrativo y lo sentimental, ateniéndose a la mera materialidad del hecho artístico. Como sabemos, de ahí se inferiría un arte hermético e intrascendente, cuya función será la de moverse en el terreno de las ideas y no en el de la similitud con el mundo sensible. Explicado desde El punto de vista en las artes, este movimiento nos lleva a una misma conclusión. Si partimos de la pintura renacentista, cuya mirada se halla fija en el objeto retratado; pasaremos a la pintura de Velázquez y los impresionistas, cuyas obras reproducen ya el modo de mirar; y de ahí hasta depurarse en la pintura abstracta o no figurativa, cuya mirada se dirige al interior humano. De ello se extraería una pluralidad de formas artísticas, tan abundante como el propio número de los creadores. Una pluralidad que no implica, bajo ningún concepto, el fin del arte, como postula equivocadamente Danto, sino una descompresión del fenómeno artístico, ceñido hasta entonces a un único criterio.

Es en el Laocoonte de Lessing (1766) donde esta retracción del arte a sus propios medios materiales se formula por primera vez; y donde queda insinuado un más exacto entendimiento de su naturaleza. Ortega, en tal sentido, no hará sino distender, sobre la línea histórica, el modo en que las diversas concepciones del arte llegan a ese principio/fin de trayecto, y cómo ello supondrá la supresión de cualquier vestigio humano (sentimientos, volúmenes, similitudes, acciones, etc.), ajenos a la materialidad del medio artístico. Esta crítica de Lessing venía instigada por la “literaturización” de la escultura formulada por Winckelmann en su Historia del Arte en la Antigüedad, que añadía una connotación política (hermanando clasicismo y democracia) a su concepción del arte. Paradójicamente, es esta llegada al mundo “deshumanizado” de las ideas el que nos llevará de vuelta Winckelmann. A partir de los 60, el arte poseerá un componente político y narrativo más destacado aún que la propia materialidad irónica, intrascendente, metafórica, contraria a la tradición (características señaladas por Ortega) de la obra de arte.

En todos estos sentidos, el arte actual, incluso cuando no se pretende artístico, es plenamente orteguiano.

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